lunes, 29 de marzo de 2010

RECHAZAR LA LEY DE MEDIOS ES APOYAR EL ENGENDRO DE LA DICTADURA

No es un concepto retórico. O una proclama de barricada. Acaso una consigna panfletaria que pueda esgrimirse en un ambiente donde todos somos pares o, en mayor o menor medida, convencidos de una misma idea.

Se trata de una concepción que debería emanar directamente del sentido común. No es casual ni sorpresivo que se estén dando actualmente semejantes embates frontales y desembozados contra la ley más democrática de los últimos 28 años. Desde la justicia, con fallos inauditos suscriptos por jueces que juraron sus cargos por los famosos Estatutos de la dictadura que reemplazaron a la Constitución. Que a su vez fueron promovidos por los representantes de los poderes mediáticos que se verían directamente afectados por esta ley, si estuviera hoy día en plena vigencia. Y respaldados desde lo político por el rejunte opositor que cada día deja más claro que solo trabaja para aquellos que les garantizan vida mediática pero no para quienes les pusieron los votos. (De paso, que bueno sería que estos últimos pudieran darse cuenta de cómo están siendo estafados una vez más por esos personajes y comiencen a leer la realidad con un poco más de seriedad y detenimiento)

Aquella famosa “ley” dictatorial, la 22.284, que ponía en vigencia un nuevo ordenamiento legal en la radiodifusión argentina, estuvo disparada por los conceptos que regían el accionar de los militares de entonces. Es decir, la lucha contra la denominada subversión, concepto fatuo en el que todos podían ser sospechosos de cualquier cosa. Banalidad que –contrasentido de la vida- ponía en riesgo a millones de personas. Despropósito legal que regulaba un servicio estratégico de la nación pero solo al servicio de una causa que no era, ni por asomo, la de las mayorías.

La concentración de medios en manos del estado, como ocurría en tiempos de la dictadura, fue de fundamental importancia para instalar el silencio y la mentira organizados. Para decirnos que la Argentina libraba una guerra justa. Para que nos sintiéramos “derechos y humanos”. Para que nos enojemos con la famosa campaña antiargentina en Europa. Para creernos el cuento de que con el Mundial ganábamos todos aunque no llegáramos a la final. En otras palabras, aquella concentración monopólica en manos del estado facilitó la unificación del discurso dictatorial. Anuló el consenso. Calló (hasta con la muerte) a las voces que osaban contradecir el mandato mediático. Diseño los discursos con que se nos adormeció la mente y se nos alejaba de la capacidad de discernir. Con el conjunto de emisoras de radio y televisión repitiendo exactamente lo mismo, la verdad del poder terminó siendo la verdad revelada. La réplica de tales discursos cotidianos, estaba al otro día en la tapa y las páginas de los principales diarios nacionales, gracias a Papel Prensa y su abastecimiento de papel de diario a precio de remate. Un sistema a pedir de boca. (O de Goebbels y, más acá, de Orwell…) Hasta que semejante burbuja estalló y la verdad comenzó a salir lenta pero inexorablemente a la luz.

Hoy ocurre exactamente lo mismo y lo contrario al mismo tiempo. Qué loco no? O pasa una cosa o pasa la otra, pero hoy día tales conceptos se mezclan en el medio de la disrupción del discurso y del metamensaje absolutista que emana de las bocas de expendio de los nostálgicos del pasado.

Hoy día, la concentración de los medios está en manos de dos o tres grupos empresarios privados que, desde luego, defienden claramente sus intereses a como de lugar, sin medir las consecuencias ni reparando en las armas a emplear. El cambio de manos concentradoras es lo diferente. Pero el resultado que obtienen es el mismo que obtuvo la dictadura con su propia concentración estatal. Los favorecidos con los beneplácitos de los dictadores (léase Clarin, La Nación, Atántida y sus rezagos, y una cantidad variopinta de políticos y empresarios que incursionan en los medios) demuestran ser excelentes alumnos. Saben que con la unificación discursiva, la verdad del poder se convierte en verdad absoluta. Lo saben claramente porque ellos fueron piezas nucleares en la elaboración y difusión de aquel mensaje. Hoy recogen sus resultados y ni por asomo están dispuestos a ceder ni un milímetro. Porque saben también que cuando la burbuja estalla, la verdad sale lenta e inexorable y descorre el velo del silencio y la mentira organizadas. Igualito que en la dictadura, pero con el amparo de la democracia.

Por eso, hoy, negarse a reconocer las bondades de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es, lisa y llanamente, acompañar la masacre discursiva del régimen militar con todas las consecuencias que de ella derivaron. No se trata de aceptar la nueva ley a ojos cerrados y sin discutirle una coma, porque no hay dudas tampoco que a esta ley la podemos mejorar, modificar, ampliar pero teniendo siempre como objetivo la multiplicidad de voces y expresiones, la diversidad cultural e informativa que nos rodea, el ejercicio contundente de la libertad de expresión. En síntesis, la práctica de aquel “ejercicio de libertad” con el que nos alentaba Rodolfo Walsh a difundir los cables informativos de ANCLA.

No hay margen para la inacción, porque esa inmovilidad inyectada desde el miedo por los dictadores de ayer no puede ni debe ser hoy el factor que les de a los responsables de tanta ignominia informativa la posibilidad de ganarnos la batalla. Esta Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual es nuestra y como tal la tenemos que defender. Desde nuestros ámbitos de acción pero también sumando y aportando en aquellos donde creamos que nuestra presencia sea positiva. Es, en síntesis, una invitación a dar la pelea de manera frontal y sin esquivar el bulto. Sería imperdonable que una ley que costó lo que costó termine siendo volteada por un grupo de sinvergüenzas que no tiene, ni por asomo, autoridad moral para imponernos absolutamente nada. Pero, como siempre ocurre en estos casos, solo de nosotros depende.

Marcelo Bartolomé

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En estos momentos estas en alguna radio o medio de comunicacion.?

Marcelo Bartolome dijo...

¿y vos quien sos, "anonimo"? Y agradece que pierdo el tiempo en preguntarte esto antes de respondeerte...

Anónimo dijo...

Un oyente de radio,te comenze a escuchar tu programa despues del tren en am740 y despues en am 530,solote pregunte si tenes algun programa de radio.