En una explicación demasiado sintética, podemos decir que el hecho de tener muchos recursos no nos garantiza por sí solo la resolución de nuestros problemas. Por ejemplo, ganar un buen salario no significa de antemano que nos vaya a alcanzar para cubrir con holgura nuestras necesidades. En realidad, la resolución de tales problemas debe estar basada en una correcta administración de esos recursos. Y quizás allí radique el origen del problema. La periodista Frida Modak, quien fuera secretaria de prensa del presidente de Chile Salvador Allende, sostiene que la inequitativa distribución de la riquezas y, por ende, de los alimentos que se producen en el mundo, es lo que está generando tamaño desorden con las peligrosas consecuencias alertadas.
Pero habría que agregar a esa posibilidad una más inquietante aún y que se relaciona con el título asignado a este post. La demanda de alimentos por parte de los países del mundo industrializado es cada vez mayor como consecuencia de un aumento del consumo per cápita en cada uno de ellos. Esa demanda impulsa la suba astronómica de los precios de las materias primas en el mercado internacional, redondeando un excelente negocio para los productores y multinacionales alimenticias. Al mismo tiempo se esta dando de manera vertiginosa una diversificación en la utilización de los cultivos para la elaboración de combustibles alternativos, denominados genéricamente biocombustibles. Además y de acuerdo con un informe de la periodista Frida Modak, investigadores norteamericanos desarrollan baterías que funcionan a base de azúcar para el funcionamiento de aparatos de alta tecnología como celulares, i-pods, note books y reproductores portátiles de música que estarían disponibles dentro de 2 ó 3 años. Este panorama explica en buena medida los aumentos de entre un 80 y un 130 por ciento en el precio de los cereales y oleaginosas entre 2007 y comienzos de 2008, incrementos que se trasladan automáticamente a los valores de los alimentos que con ellos se elaboran, poniéndolos fuera del alcance de millones de personas en todo el mundo, que sobreviven apenas con 1 dólar diario, según estimaciones de la FAO y el Banco Mundial. Sumémosle a esto, la prioridad que algunos de los principales países productores de alimentos le dan a los biocombustibles para conformar un cóctel verdaderamente explosivo.
Frente a este cuadro de situación es legítimo preguntarse si lo que en realidad ocurre en el planeta es que sobra demasiada gente. Si Argentina, al menos en teoría, produce alimentos para casi 300 millones de personas y otro tanto ocurre con otros países cuyas enormes extensiones territoriales le permiten producir alimentos en grandes cantidades, es inexplicable desde la utilización de la lógica que aún haya gente que padece hambre. Sin embargo eso ocurre cada vez con mayor frecuencia.
Si las prioridades no incluyen a las personas, si los agronegocios funcionan con los fríos mecanismos de la toma de ganancias y el aumento de la rentabilidad, si estos funcionan simplemente con aquella porción de la población del planeta que dispone del dinero necesario para comprar comida (y que, desde luego, es minoritaria pero a la vez suficiente para redondear un buen negocio), si hoy el maíz, el azúcar, el girasol, la soja sirven más para alimentar motores que vidas humanas, quiere decir que nos han cambiado el paradigma del equilibrio vital que la naturaleza impuso desde hace millones de años. Es evidente que hoy tiene más importancia el funcionamiento de una maquinaria con una excelente relación entre el costo del combustible y el rendimiento final que alimentar a más de 1.000 millones de personas que padecen hambre extrema.
Alimentos no faltan, esto es cierto. ¿Sobra gente en el planeta entonces...?
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