martes, 20 de abril de 2010

DE BOLUDOS Y CAGATINTAS...

Mientras se multiplican las embestidas de los sectores exportadores para promover una suba del tipo de cambio, lo que equivale a una devaluación que terminará afectando otra vez el bolsillo de los trabajadores formales y no formales, los jubilados y los consumidores en general, vuelve a cobrar vigencia (en realidad nunca dejó de tenerla) la discusión en torno de las mediciones de la inflación que hace el INDEC.

En realidad ese reclamo está claramente atado a una polémica que se ha transformado en caballito de batalla de opositores y economistas ultra ortodoxos que sostienen la falta de credibilidad de las mediciones del organismo estadístico.

En este mismo blog ya hemos hecho referencia a este mismo tema, pero parece ser necesario en los tiempos que corren reiterar una vez más algunos conceptos y hasta diríamos que profundizarlos para que queden de manera más clara todavía.

Digámoslo sin tapujos ni vergüenzas. SI, EL INDEC MANEJA DE MANERA CIERTAMENTE TENDENCIOSA LAS CIFRAS DE LA INFLACION. Para que ocultarlo? El consumidor que va diariamente al supermercado (chino, francés, chileno o de capitales nacionales) ve que determinados productos de su canasta familiar han aumentado en algunos casos de manera desproporcionada en relación con los 3 o 4 últimos meses. Mete la mano en su bolsillo y encuentra la misma cantidad de dinero pero para una menor cantidad de artículos que hace un tiempo.

Esto revela claramente que los consumidores tienen una medición de la inflación más concreta y certera que la que el INDEC da a conocer mensualmente. Hombres y mujeres que cotidianamente realizan sus compras semanales o mensuales comprueban que los productos de primera necesidad han aumentado en porcentajes desmesurados en relación con el devenir del comportamiento de la economía. Este y no otro es el mejor termómetro para medir el incremento del costo de vida. Pero aquí, en este punto de la discusión, es preciso desdoblar el análisis y detenernos en dos puntos cruciales.

Primero ¿porqué el INDEC insiste con medir una inflación que está varios puntos porcentuales por debajo de lo que siente el bolsillo del consumidor? Lo hemos dicho aquí, en este mismo blog y lo reiteramos ahora, por si quedaran dudas o no fuimos claro entonces. (Y eso que cuando hicimos el comentario la diferencia llegaba a apenas medio punto porcentual). En los meses previos al estallido de la crisis de 2001 y con posterioridad, la Argentina emitió bonos de la deuda con vencimientos escalonados desde entonces hasta el 2030, cuyo ajuste está condicionado a la evolución de las tasas de inflación. A mayor tasa de inflación, mayor cantidad de dinero en concepto de interés debe pagar el país.

Desde fines de 2005, una vez que fue saldada la deuda con el FMI, el gobierno comenzó a replantearse este dilema heredado de administraciones anteriores (concretamente las encabezadas por la Alianza y Eduardo Duhalde). Evidentemente no había manera legal de modificar las condiciones de ajuste de esos bonos sin generarse una cantidad de planteos de carácter legal que hubieran hundido al país en un marasmo de juicios todos ellos adversos antes de que comenzaran a tramitarse.

Ahí es cuando se decide recomponer los parámetros de medición de la tasa de inflación. Para ello se decide eliminar determinados artículos y servicios que por entonces aún componían la denominada canasta familiar y que poco o nada tenían que ver con los consumos habituales y medios del habitante promedio de la Argentina. Por ejemplo los servicios de castración de un animal doméstico (una gata, por ejemplo), alimentos para mascotas, bebidas alcohólicas como champagne o whisky, alquiler de cocheras, gastos por estacionamiento, salidas tales como cenas o almuerzos para –promedio- cuatro personas, (es decir, una familia tipo), esparcimientos como teatros u otros espectáculos con valores promedio por encima del alcance del consumidor medio, para reemplazarlos por otros gastos comunes a una mayoría de habitantes como por ejemplo el valor de un kilo de pan, el gasto en transporte público, (colectivos, trenes o subterráneos), alimentos de primera necesidad como harinas, arroz, fideos, azúcar, yerba, vestimenta entendida como ropa y calzado para uso cotidiano y/o laboral por poner solo algunos ejemplos, al mismo tiempo que se resuelve ampliar el universo de personas encuestadas y la composición económica, etaria y social de los integrantes de una familia tipo. Todo lo cual da como resultado un índice sensiblemente menor al que surge de una medición realizada bajo los parámetros anteriores.

Usted se preguntará no “porqué cantamos” sino con qué objetivo. Y aquí está la respuesta a la pregunta del millón: para que el país pague centenares o miles de millones de dólares menos de intereses por cada vencimiento de los cupones de los bonos emitidos por los gobiernos que encabezaron quienes hoy se presentan como salvadores de la patria. Cada décima por debajo de lo que la gente común califica de inflación real, son millones de pesos que el país se ahorra de transferirle a los tenedores de esos bonos. Cada décima por debajo de esa inflación significa decenas de millones de dólares que el país no solo ahorra sino que vuelca al consumo interno, a la obra pública, a los planes de asistencia social, a la mejora del salario real, a planes de infraestructura (viviendas, cloacas, agua potable, servicios sanitarios, escuelas, hospitales, centros de atención primaria de la salud).

Pero de esta respuesta surge otra pregunta fundamental: ¿los índices de inflación que mide el INDEC son perjudiciales directamente al bolsillo del trabajador, del asalariado? ¿Una medición estadística que tiene un altísimo componente político daña la capacidad de ahorro, la posibilidad del consumidor por si misma? ¿O, por el contrario, le permite al país una acumulación de una masa de dinero que de otra manera sería injustamente transferida al exterior en concepto de intereses espurios y usurarios? Respóndase usted mismo esta pregunta, que para eso es grande, maduro e inteligente.

Y en cambio pregúntese, porque también para eso es grande, maduro e inteligente, quienes son los que desde hace cuatro meses han promovido una escalada de precios desmesurada y que no se condice con las variables macroeconómicas vigentes de manera permanente desde hace 6 años. Pregúntese si la Argentina no ha generado en las últimas décadas un mercado altamente concentrado, que provoca que más del 80 por ciento de los alimentos y servicios de primera necesidad estén en manos de una o dos empresas. ¿Sabe cómo se llama eso? Posición dominante de mercado. ¿Sabe qué significa? Que esos grupos monopólicos (que no están solamente en los medios de comunicación) pueden manejar los precios de esos productos y servicios a su entero antojo, porque como no hay competencia el consumidor no puede optar por un precio más acomodado para su bolsillo. Y si aun sigue considerándose grande, maduro e inteligente, pregúntese también si hay algún antecedente, aquí o en otro país, de algún gobierno de cualquier signo que un día se levante y decida aumentar los precios de los productos y servicios porque no tiene mejor cosa que hacer ese día.

Los precios pueden variar hacia arriba cuando la cadena de valores de los costos de producción aumenta de modo tal que provoca una suba en los niveles de inyección dineraria para su manufactura o prestación. Por lo general, en países aún periféricos como el nuestro, tales costos están atados al dólar. Pero fíjese usted un dato: el valor del dólar en nuestro país se ha mantenido estable en los últimos 6 años. En el mercado internacional la moneda estadounidense pelea por mantenerse a flote a costa de un flujo de billetes verdes emitido por la Reserva federal norteamericana sin respaldo real de ninguna clase. Su principal competencia es el euro y también el yen y, aunque suene a absurdo, el yuan, la moneda china. Y por si esto no le alcanzara para comprender, la embestida de los precios ocurre a la salida de una crisis fenomenal que tiró de un soplido al sistema capitalista sustentado en el valor del dólar y su cotización internacional de la mano de negocios de carácter eminentemente especulativo en el plano financiero. El dólar en la Argentina es altamente competitivo a valores internacionales. El sector exportador tanto manufacturero cuanto agropecuario) tiene niveles de rentabilidad medidos en dólares que cuadruplican, en el peor de los casos, los niveles habituales en los mercados internacionales. ¿Cuál o cuáles son entonces las razones objetivas y concretas para aumentar precios en productos y servicios que tienen una ganancia neta de carácter expoliador? Para ser concretos, ¿Quién tiene la culpa de la inflación actual, el INDEC o los conglomerados empresarios concentrados y monopólicos?.

Pero hay más, porque se me ocurre preguntarle ¿le tengo que explicar también cuáles son las razones por las cuales se está pidiendo una suba en la cotización del dólar después de haber hecho esta parrafada infernal? ¿Le tengo que explicar también que una modificación hacia arriba en el valor de dólar significa un golpe más duro y mortífero a su bolsillo que las mediciones del INDEC? ¿O todavía no se dio cuenta de quienes fueron los que reclaman una devaluación de la moneda nacional del orden del 30 por ciento, equivalente a la que promovió Duhalde a la salida de la convertibilidad? ¿O me va a decir que usted está más preocupado por las índices del INDEC que por perder la tercera parte de su poder adquisitivo de un saque?

Y metiéndonos con el tema de la devaluación, del reclamo de un dólar más alto, (por encima de los 4 pesos) hemos respondido a la segunda cuestión central de la discusión que se da por estos días. Si me dice que no entiende porqué el gobierno no hace nada para frenar esta embestida, le respondo: porque tiene que salir a pelear todos los días, cada día, con una caterva de boludos que siguen quejándose de que el INDEC no les mide lo que ellos miden, porque tiene que salir a pelearse todos los días con un conglomerado de inútiles que le siguen haciendo el caldo gordo a los que tenedores de los bonos que solo piensan en la manera de ganar un dólar más a costa de su salario, (digo el suyo, no el de ellos), porque tiene que salir a cada rato a explicar el sentido de haber transferido nuevamente al estado los fondos de las jubilaciones y recordarle a la clase media cagatinta que es más saludable invertir esos fondos en obra pública, en inversión productiva, en prestaciones sociales que en la timba financiera y bursátil en la que apostaban (no invertían, apostaban, eh?) las AFJP, porque tiene que salir a contener a esa agrupación históricamente golpista que se aglutina bajo el rótulo de “el campo” para que no vuelva a incendiar el país como pretendió hacerlo entre marzo y julio de 2008, porque tiene que procurar difundir su gestión de gobierno al tiempo que contrarresta las embestidas de los medios de comunicación monopólicos para los que nada, absolutamente nada de lo que hace este gobierno está bien. Como si no hubiera sido poca cosa devolver al estado el control de empresas estratégicas que fueron privatizadas, como si fuera poca cosa haber aumentado los niveles históricos de producción industrial en casi 6 puntos porcentuales en los últimos 7 años, como si fuera moco de pavo haber destinado el dinero de los intereses de los bonos usurarios y de fondos buitres en la construcción de viviendas, escuelas y hospitales. Por eso no ha hecho todavía más que de lo que hubiera sido esperable y necesario.

Por eso, si Usted es uno de los cagatintas a los que me refiero más arriba, que vive quejándose de que todo está mal y que piensa que el gobierno es culpable hasta del granizo que cayó el domingo por la noche, mírese al espejo, haga un ejercicio de introspección (si no entiende que quiere decir pregúntele a su sicólogo que seguro se lo va a explicar) y piense honradamente si no es mucho mejor reclamarle al gobierno por lo que aún hace falta que por lo que los medios concentrados le dicen que hace. Tenga el valor, aunque sea por un día, de pensar por su propia voluntad. Siéntase capaz de ejercer la mirada crítica, no por lo que le dice el título de un diario, sino por su propia capacidad de reflexión. Y, si le queda tiempo, cuando se mire en el espejo, pregúntese con honestidad y con una mano en el corazón si hoy está peor que en el 2001, 2002 o 2003. Si cree que sí, entonces usted (así, con minúsculas) es un cagatintas irrecuperable. Si, en cambio, logra vencer el miedo a la sinceridad con usted mismo y piensa que está mejor aun con las cosas que falta conseguir, que no son pocas por cierto, habrá dado un paso adelante para despegarse del pensamiento y el discurso único y rejuvenecer el arte del pensamiento por su propia voluntad, algo de lo que los griegos sabían un montón y que, pese a los miles de años transcurridos, sigue teniendo vigencia de manera inconmensurable.

Marcelo Bartolomé

1 comentario:

Ricardo Moura dijo...

Yo también he notado las subas desmedidas de los últimos meses. Pero, como he dicho en mi blog y sigo manteniendo, mi bolsillo me indica (desde hace años) más cercanía al INDEC que a las descabelladas de "consultoras privadas" que bien sabemos a quién pertenecen y qué objetivos persiguen —pero NO con qué método y recursos las hacen—. Sí, hay cosas que suben, pero también que BAJAN —el jamón, por ejemplo, para mí insumo bien básico, ha bajado constantemente en los últimos cuatro años—. Y eso sin hablar de la "tinta alternativa" para impresora, también para mí basiquísimo.
Todos los países eligen arbitrariamente (en el sentido básico de la palabra, que no es necesariamente negativo) una metodología para medir, ya que es imposible medir TODO. ¿Por qué no lo deberíamos hacer nosotros? ¿No suena parecido a cuando nos critican por "no abrir el mercado", i.e. desregular las importaciones, y quienes critican aplican más rigurosos y arbitrarios controles en su casa?
¡Excelente post!